He encontrado dos definiciones de estas dos palabras que quiero analizar. Nos enseñan a ser perfectos y nos alejan de la imperfección, pero qué implica esto en nuestra salud mental.
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Lo perfecto, es lo que no tiene errores, defectos o carencias, algo que alcanza el máximo nivel posible.
Si vas a vivir sometido a este estándar, cada día será una tortura. Machacarte una y otra vez para alcanzar lo inalcanzable, es imposible. Ya que no tener errores, defectos o carencias es extraterrestre.
¿Por qué deberías llegar al máximo nivel posible? ¿no te basta con crecer hasta que vivas tranquilo y en paz contigo mismo, sin intentar lograr ningún récord guinnes?
La vida saludable consiste en esforzarse sin ansiedad, inducido por la pasión y el entusiasmo, pero no por la desesperación de ser sobresaliente a cualquier precio.
Imperfecto, que no tiene todas las cualidades requeridas o deseables para ser bueno o el mejor de su género. Casi dice que eres un ser anómalo excluido del grupo de los distinguidos.
Una manera de pensar más realista y saludable es “ si mi manera de ser no es dañina para mi ni para nadie, será como yo quiera, no importa el puesto que ocupe en mi genero”.
Cuanto más nos alejamos de la idea de la perfección psicológica y emocional, nos aproximamos a una aceptación incondicional de nosotros mismos, sin descuidar la imperfección natural y humana. No necesitamos cualidades excepcionales o destacar por algún atributo especial para sentirte orgulloso de quien eres.
Lo imperfecto existe y es adaptativo ya que si no cometemos ningún error o no tuviéramos algún defecto, no aprenderemos a disfrutar del camino, estaríamos siempre en la cima de la montaña sin saber cómo hemos llegado hasta ahí.
Tenemos que dirigirnos hacia un crecimiento personal sin que la autoestima se vea afectada a partir de lo que dispones, de lo que eres y NO de lo que deberías ser o tener, es decir, de tus fortalezas reales.
Los mandatos perfeccionistas a los que estamos sometidos habitan en nuestro cerebro porque fueron instaurados por aprendizaje y nos hemos encargado de mantenerlos.
Nos autoexigimos, nos autoexplotamos, nos autocastigamos, nos autoinhibimos, … estos antivalores se trasmiten de generación en generación mediante una educación que lo considera normal. Serenarnos, observarnos a nosotros mismos sin competición pero con agudeza, nos llevará a una vida llena en la que la alegría y el disfrute pesará más que el dolor y el autoengaño.