Las emociones acaban afectando no solo a nuestro nivel emocional, sino que también nos repercuten en nuestro nivel físico, haciendo que, al sentirlas, nuestro cuerpo reaccione de distintas maneras.
La relación entre la ansiedad o estrés y la comida es un ejemplo de cómo las emociones afectan a nuestro bienestar físico y nos llevan a mantener una relación complicada con nuestra alimentación.
Lo que sucede con la ansiedad por la comida también se conoce como “hambre emocional”. Es un estado en que las personas tratamos de, a través de la alimentación “comernos nuestras emociones” de manera literal, es un mecanismo que utilizamos sin darnos cuenta, por aprendizaje o modelo familiar, para evitar enfrentarnos a lo que nos pasa o porque no sabemos identificarlo.
Alimentarnos de esta manera nos genera a su vez más ansiedad, El hambre emocional se trata de un ciclo: cuando tenemos ansiedad recurrimos a comer algo, normalmente alimentos prohibidos como un dulce, nos produce alivio o bienestar, a corto plazo, después nos sentimos culpables y seguidamente, por el propio sentimiento de culpa, volvemos a sentir tristeza y ansiedad, a largo plazo, y volvemos a actuar de la misma manera en la siguiente ocasión que volvamos a tener ansiedad.
¿ Porqué nos pasa esto? La comida genera endorfinas que afectan positivamente a nuestro estado físico. Por eso, cuando estamos tristes, ansiosos, estresados,… encontramos en la comida una pequeña solución para aliviar momentáneamente nuestro malestar. Esto sucede especialmente cuando comemos alimentos como el chocolate o ricos en hidratos de carbono como bollería, pastelería… El placer momentáneo que genera a nuestro organismo ingerir alimentos de este estilo hace que, en ese momento, nos sintamos un poco mejor. Esto no tiene porque significar en sí un problema, todas las personas hemos recurrido a un trozo de chocolate o a nuestro plato de comida favorita puntualmente para intentar subirnos el ánimo, darnos un premio si nos ha salido algo bien con una cena rica, nos estimulamos a través de las endorfinas que nos proporcionan los alimentos.
El problema, sin embargo, surge cuando convertimos esta llamada “comida emocional” en un hábito y recurrimos a ella periódicamente. El hambre emocional existe y lo sufren muchas personas en momentos puntuales de su ciclo vital, puesto que la relación entre la ansiedad y la comida es algo que ha acompañado a los seres humanos prácticamente desde el inicio de su ciclo vital. Recurrir a la comida para contrarrestar las malas y las buenas noticias es un acto cultural y educacional, si hay una celebración siempre hay comida alrededor pero si hay una pérdida, se nos quita el hambre o comemos más.
¿Cómo mejoro mi relación con la comida emocional?
En el momento en el que consideramos si la rutina de recurrir a la comida emocional se ha convertido en un hábito, podría considerarse un problema. Si de manera automática, cada vez que estamos tristes o nerviosos recurrimos a la comida y no a cualquier otra solución para afrontar nuestro malestar, es cuando pasamos a establecer una mala relación con nuestra alimentación y los alimentos que tomamos.
Generalmente, el problema suele venir cuando no encontramos otro recurso que no sea la comida. Esto quiere decir que cuando nos sentimos nerviosos o ansiosos, solo encontramos la mejora este problema en abrir la nevera y picar algo.
Por eso mismo, lo importante aquí es encontrar otras actividades, otros hábitos que nos ayuden a calmarnos, gestionando nuestras emociones con otros hábitos . La diversidad en las opciones a las que recurrir cuando sintamos ansiedad hará que no convirtamos la comida emocional en un automatismo. De esta manera nuestro cerebro no relacionará siempre emociones como la tristeza, la frustración, la ira…con la comida, sino que intentará buscar otras opciones.
Por tanto, buscar otras opciones que también nos “alimenten” sin ser a través de la comida, actividades de ocio que nos llenen: ver películas, hacer deporte, salir a caminar, un masaje, escuchar música, planear un viaje, cantar, bailar, escribir, pintar… es la solución para quitar esa asociación.
El hambre emocional nos lleva a sentir malestares no solo físicos sino también psicológicos y emocionales. En el plano físico, convertir el hambre emocional en un hábito nos llevará ver cambios en nuestro cuerpo: engordar, sentirnos más cansados o fatigados, encontrarnos apáticos…Pero, en el plano psicológico nos encontramos con la frustración, la vergüenza, apatía, desgana,… de no saber cómo salir de esa espiral.
En el momento que consideremos que se está convirtiendo en un hábito compulsivo del que sintamos que no podemos salir, lo más recomendable es acudir a terapia para tratar con ayuda de un profesional el origen de nuestra ansiedad y encontrar una solución al hambre emocional que sentimos y que nos de las pautas para saber gestionarlo.
Si quieres saber más sobre la ansiedad por la comida o necesitas ayuda, no dudes en ponerte en contacto con nosotras. Estaremos encantadas de escucharte.