Existe una línea establecida que marca cómo debe marchar una relación madura y estable. Empezar de novios, comprometerse, casarse y finalmente formar una familia. Esta última se consuma, cuando llega ese regalo que son los hijos. Normalmente, este hecho supone una gran aventura para la pareja, habitualmente con un final feliz y un re fortalecimiento de las bases de la relación.
Sin embargo, los hijos fomentan por otra parte el establecimiento de una rutina, monotonía e incluso nuevos motivos de discusión para los cónyuges. Todos estos factores van desgastando poco a poco el amor, el espacio que antes se dedicaba al romanticismo o la intimidad desaparece y es sinónimo de problemas. Hay casos que consiguen sobreponerse a estos obstáculos, pero en otros, acaban en inevitable divorcio. La ruptura de un matrimonio es una decisión que tiene dos protagonistas, pero en el caso de haber hijos de por medio, suelen ser los más afectados, y les solemos ocultar información o tratarlos de una manera diferente a lo que están acostumbrados.
Existen distintos tipos de divorcios, puede ser de mutuo acuerdo o no, en este último caso es cuando llegan los problemas. Se tiende a cometer un error y es pensar en la felicidad individual sin pensar muchas veces que les puede causar esto a los primogénitos, puede causarles traumas serios y necesitamos protegerlos. Por este motivo, llevar a cabo el proceso de manera amistosa tiene una gran importancia. Para ello, es recomendable mantener una relación , que no trastoque demasiado la vida de los más pequeños.
Por un lado, el hogar se ve afectado. En un divorcio estándar, una de las figuras paternas abandona el domicilio. En la medida de lo posible, es mejor que si los niños van a tener que cambiar cada cierto tiempo de casa, ambas estén relativamente cerca. Para posibilitar no tener que cambiar de entorno, de amigos o incluso de colegios, ya que en su vida ahora está habiendo muchos cambios. Lo ideal, aunque también es muy difícil, es que los hijos estén siempre en el hogar y sean padre y madre los que se vayan alternando.
Para ellos, es difícil aceptar que van a tener que llevar de determinada manera vidas diferentes con cada uno de sus padres, como para tener que posicionarse. Cuanto más pequeños son, quizás sean más influenciables, por eso no se debe crear una mala imagen de la otra parte, para que el proceso sea lo más llevadero posible. Del mismo modo, evitar que participen en el proceso jurídico. Por supuesto, en ningún caso utilizarlos como foco de desahogo, en el que volcar la frustración producida por el momento. Ni hablar de manera despectiva del otro miembro.
Cuanto más mayores sean, es cierto que el procedimiento y la separación serán más dinámicos y sencillos, pero se deben seguir respetando algunas líneas. Ante situaciones de dificultad ocasionadas por un divorcio con hijos, lo mejor es pedir ayuda. Si se percibe que los niños no están encajando bien la separación, lo ideal es empezar terapia, mediar, hablar y abordar cualquier problema desde el primer minuto. En Clínica Psicología Hemisferios, disponemos del personal perfectamente especializado en esta materia. No dudes en visitar nuestra página web, contarnos tu problema y empezar a poner soluciones.